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Cuando la Ausencia se Hace Demasiado Fuerte



Hay silencios que no se pueden llenar con palabras. Como el silencio que deja un padre que nunca estuvo. O el de una madre que no recuerdas. Para algunos niños, crecer significa aprender a vivir con preguntas que no tienen respuesta.

¿Quién me hizo reir?

¿A quién me parezco?

¿Qué se siente ser abrazado cuando tengo miedo?

El impacto de un padre ausente no siempre es evidente. A veces se esconde en frases cortas, en miradas que evitan el contacto, en una tristeza silenciosa difícil de explicar. Y cuando finalmente se comparte, suena así: "Desearía que mis padres quisieran saber quién soy".

Esas fueron las palabras de Hillary, una chica joven de brasil criada por un padre adoptivo, pero que ahora vive con su abuela en Lapa, un barrio pobre de la región de Paraná, Brasil, donde muchas familias enfrentan dificultades diarias: empleo inestable, hogares superpoblados y acceso limitado a la atención médica o la educación. Y fue aquí, en este lugar, donde conoció por primera vez a los miembros de un equipo de canadienses y brasileños que compartían el evangelio durante su viaje GO a Paraná. El equipo había decidido visitar su escuela, una escuela pública ubicada en una de las zonas más olvidadas de la región.

Era invierno en el sur de Brasil, así que, el último día del campamento escolar de ShareWord Global, el clima estaba frío, nublado y lluvioso. Pero el equipo llegó con el corazón lleno, sabiendo que esta era su última oportunidad de servir a estos estudiantes.

El aula de Hillary se llenó de risas cuando Garrett, uno de los miembros del equipo GO, rompió el hielo sosteniendo una escoba y fingiendo que era un palo de hockey. Los niños rieron y se acercaron con curiosidad. Entonces, él dijo con dulzura: «Una escoba también limpia». Ese momento simple y divertido abrió la puerta a un mensaje más profundo: cómo solo la sangre de Jesús puede limpiar nuestros corazones del pecado. 

Después de compartir el evangelio, el equipo repartió revistas Chispas y les hizo a los jóvenes presentes una de las preguntas más importantes que jamás escucharían: "¿Alguien quiere seguir a Jesús?". 

Los niños respondieron que sí y comenzaron a escribir sus nombres en sus revistas. Luego, uno por uno, empezaron a hablar, abriendo sus corazones durante un tiempo de oración personal con el equipo. Compartieron historias que te romperían el corazón: historias de abuso, hogares inestables y abandono.

Entonces llegó el turno de Hillary. Su voz era tranquila. Baja. Pero ya cargada con el dolor de toda una vida.

"Me siento triste", compartió. Como si la escucharan por primera vez, se sinceró y dijo que deseaba que sus padres quisieran saber quién era.

Nadie la interrumpió. Nadie intentó justificarlo. Simplemente se quedaron callados, atentos y listos para recibir lo que su corazón necesitaba compartir. Pero también vieron esto como una hermosa oportunidad para hablarle de un Padre que sí la conoce. Así que la invitaron a orar juntos, esta vez una oración de fe y pertenencia:

“Señor, he decidido tenerte en mi vida. Puede que mi mente aún no lo entienda y mi corazón aún no lo sienta, pero ahora no solo eres mi Dios, sino mi Padre. Por favor, ayúdame a entenderlo. Ayúdame a sentirlo. Nunca estoy sola porque ahora tengo un Padre que me conoce, que quiere conocerme y que nunca me abandonará”.

Esa tarde en Lapa, algo hermoso sucedió. Entre risas y un dolor silencioso, aquellos niños escucharon el evangelio con claridad, algunos por primera vez. Escucharon. Respondieron. Y al final, casi 200 estudiantes escucharon el mensaje de Jesús. Unos 50 jóvenes escribieron sus nombres en sus revistas Chispa como muestra de fe y decisión personal de seguirlo.

En una escuela donde muchos llevan cargas invisibles, la esperanza se abrió paso a través de canciones, de la oración, de la simple alegría de ser vistos. Al finalizar la jornada escolar, el personal y los alumnos despidieron al equipo GO con cariño: comida casera, regalos hechos a mano y una actuación de despedida de los niños llena de amor.

Es fácil pensar que solo hacemos viajes GO para dar. Pero historias como la de Hillary nos recuerdan: cuando sembramos en la vida de los demás, también cosechamos.

Recibimos destellos del corazón de Dios.

Recibimos el privilegio de presenciar la obra de Dios.

Y recibimos la invitación a regresar.

Volver no es solo una bendición. Es un llamado. Porque cada vez que vamos, Él nos encuentra allí.

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